La playa es de todos ¿?

La ocupación y el uso de la tierra implican siempre un cierto grado de propiedad, indefectiblemente temporal, medido el tiempo en términos históricos. Sin embargo en ciertas circunstancias el concepto del territorio parece ser olvidado a modo de ejemplo podemos pensar qué sucede cuando en las playas la gente determina, ya al ingresar, cuál es la mejor ubicación para sus intereses y gustos, entre los que se pueden incluir algunos de tal importancia estratégica como distancia al mar, estado de humedad de la arena para clavar la sombrilla, superficie destinada para desplegar los, casi siempre, innumerables bártulos, o sentido y dirección en los que extenderá sus lonas o esterillas, no considera jamás su condición de intruso en la propiedad privada de nadie.



Esto es debido a un concepto cultural incorporado en las mentes de los turistas sobre la propiedad privada de la tierra, la arena, que modifican indefectiblemente cuando regresan a la vida habitual en su lugar de origen. Allí los límites son bien claros y la defensa de la propiedad privada es su bandera de lucha cotidiana.
¿Qué es lo que hace que familias enteras, descendiendo de costosos vehículos o de proletarios micros compartan, buena parte del día a medio metro de distancia, su desnudez, sus juegos, lecturas, sus miradas ausentes al mar , o a otros turistas que caminan, desfilan, incesantes a la vera del mar? ¿Qué condición permite semejante grado de aceptación del otro, de sus necesidades, gustos, y ocupación de territorio sin cuestionamientos ideológicos sobre la propiedad de la tierra? ¿Qué hace que vivan con normalidad la convivencia casi promiscua con cierto tipo de personas con las que probablemente no cruzan una palabra, ni la cruzarán jamás?
Más allá del concepto, universalmente sostenido, de que la playa es de todos, no se puede ignorar que muchos consideran a las “cosas de todos” pasibles de ser apropiadas, usufructuando derechos sobre las mismas, aun más haciendo de esto último su modo de vida, ese que les permite llegar a las playas que compartirán, en muchos casos, con quienes tributan todo el año por aquel usufructo.

Ese concepto de que la playa es de todos no puede extrapolarse a otro, más lógico según mi propio entender, en el que se admita que “la tierra es de todos”, porque este último criterio lleva implícito el cuestionamiento al derecho de unos pocos, aceptado por casi todos, por sobre el derecho de muchos.
Otra de las cuestiones que hacen que se admitan las promiscuidades señaladas más arriba, es la actitud con la que se vive en las playas, en general, las personas se encuentran menos estresadas, se sienten más liberadas de los prejuicios urbanos y podría decirse casi felices.Las personas felices reaccionan de manera diferente a los acontecimientos… nunca se ha sabido, y si se sabe, por favor hágamelo conocer, que una persona feliz haya asesinado a alguien, o haya robado o haya cometido un delito. Esto seguramente tendrá razones fisiológicas, como niveles adecuados de endorfinas, satisfacción alimentaria y/o sexual , tendrá también razones psicológicas con innumerables variables, que no viene al caso aquí describir , y toda una gama de razones que hacen que uno esté feliz …o casi.
Puestas en consideración estas dos variables; un concepto universal sobre la propiedad del suelo, la playa, que permite una convivencia pacífica, tolerante de la diversidad y una sensación o estado de felicidad, que se traduce en una actitud relajada… cabe preguntarse ¿qué hace que la humanidad, la sociedad, la comunidad, el barrio, por no decir el consorcio sean incapaces de vivir sin conflictos, sin violencia, sin guerras por recursos que son de todos?
Ing. Agr. Liliana Russo